Aún es tiempo de remediarlo todo. Pepita sanará de su amor y alvidará la flaqueza que ambos tuvimos. Desde aquella noche no he vuelto a su casa. Antoñona no aparece por la mía. A fuerza de súplicas he logrado de mi padre la promesa formal de que partiremos de aquí el 25, pasado el día de San Juan, que aquí se celebra con fiestas lucidas, y en cuya víspera hay una famosa velada. Lejos de Pepita me voy serenando y creyendo que tal vez ha sido una prueba este comienzo de amores.