Don Álvaro Tarfe tenía en Granada su casa. Era una casa
ancha, tranquila y limpia. A poco de llegar a su ciudad, don
Álvaro compró la primera parte del Ingenioso hidalgo. Leía el
caballero continuamente este libro . . . Todas las noches,
antes de entregarse al sueño, don Álvaro abría el libro y se
abstraía en su lectura. Había en la casa de don Álvaro unas
diligentes y amorosas manos femeninas. Desde la casa, situada
en alto, se veía el panorama de la ciudad, la vega verde, la
pincelada. azul de las montañas. Al año, esas manos blancas
y finas que arreglaban la casa, habían — para siempre — desaparecido
. . . La fortuna de nuestro caballero menguaba , .. Su
único consuelo era la lectura de este libro sin par. Su amigo,
su compañero inseparable, su confidente, era el ejemplar en
que leía las hazañas del gran Don Quijote.