—A los niños, por supuesto; a Milo y a los demás. Si bien no podíamos ofrecerles gran cosa, siempre se emocionaban cuando les conseguíamos kataïfis o algún trozo de pastel.
Kanon se sintió incómodo al escuchar el feliz recuerdo; le hacía reparar en los pocos que él tenía.
—A Milo siempre le encantaron las granadas —continuó Saga—. Chupaba las semillitas por horas para que le duraran más. Aunque su modo favorito de comerlas era con un yogurt y miel.
El menor alzó el rostro, finalmente interesado en las palabras de su hermano.
—No tenemos miel —dijo como si se tratase de una verdadera calamidad.
—Es buena hora para irla a buscar, ¿no te parece? —reclamó la fruta para sí y salió de la cocina.
Kanon colocó sus manos en la cintura sin estar seguro de si debía agradecerle a Saga su consejo o si molestarse porque ahora tendría que ir a comprar algo de miel. Segundos después, al comprender que no le serviría de nada llegar a una conclusión, se preparó para regresar a Rhodorio.